martes, 18 de octubre de 2016

Precursores de la tempestad (OBRAS PÓSTUMAS)


ALLAN KARDEC
“Es necesario propagar la moral y la verdad.” 


Precursores de la tempestad
París, 30 de enero de 1866
(Grupo del Sr. Golovine; médium: Sr. L…) 
Permitid que un antiguo dignatario de Táurida bendiga a vuestros dos hijos. ¡Puedan ellos, bajo la égida de las respectivas madres, volverse inteligentes en todo y ser para vosotros el motivo de auténticas satisfacciones! Deseo que sean espíritas convencidos, es decir, que se saturen de tal modo de la idea de otras vidas, de los principios de fraternidad, de caridad y de solidaridad, que los acontecimientos que se precipitarán cuando ellos estén en edad de conciencia y de razón no los espanten, ni tampoco atenúen su confianza en la justicia divina, en medio de las pruebas que la humanidad debe atravesar.
En ciertas ocasiones sois sorprendidos por la intemperancia con que vuestros adversarios os atacan. Según ellos sois locos, visionarios, que tomáis la ficción por la realidad, que resucitáis al diablo y todos los errores de la Edad Media. No obstante, sabéis que responder a todos esos ataques sería entablar una polémica infructuosa. Vuestro silencio es una prueba de vuestro poder, y al no darles ocasión para replicar acabarán por callarse.
Lo que más podéis temer es lo imprevisto. Si acaso se produjera un cambio de gobierno, en el sentido ultramontano más intolerante, por cierto seríais perseguidos, escarnecidos, combatidos, condenados, expatriados. Pero los acontecimientos, más poderosos que las maquinaciones veladas, preparan en el horizonte político una tormenta bastante violenta y, cuando la tempestad estalle, tratad de estar bien a resguardo, de ser muy fuertes y absolutamente desinteresados. Habrá destrucción, invasiones, delimitaciones de fronteras, y de ese inmenso naufragio que provendrá de Europa, de Asia y de América, solamente escaparán -tenedlo en cuenta- las almas bien templadas, los espíritus esclarecidos, todo lo que sea justicia, lealtad, honor y solidaridad.
¿Son perfectas vuestras sociedades tal como están organizadas? Te­néis por millones a vuestros parias; la miseria continúa colmando vues­tras prisiones, vuestros lupanares, y abastece vuestros cadalsos. Alemania asiste, como en todos los tiempos, a la emigración de sus habitantes de a cientos de miles, lo que no hace honor a sus gobiernos; el papa, príncipe temporal, esparce el error en el mundo, en vez del Espíritu de Verdad del cual él constituye el emblema artificial. La envidia en todas partes. Veo intereses que se combaten recíprocamente y ningún esfuerzo para levantar al ignorante. Los gobiernos, minados por principios egoístas, tratan de mantenerse contra la marea que sube, marea que es la conciencia humana, que finalmente se rebela, al cabo de siglos de expectativa, contra la minoría que explota a las fuerzas vivas de las nacionalidades.
¡Nacionalidades! ¡Ojalá Rusia no hubiera encontrado en esa palabra un escollo insalvable, un nuevo Cabo de las Tormentas! Bie­n amado país, que no olviden tus hombres de Estado que la grandeza de una nación no consiste en tener fronteras ilimitadas, provincias numerosas y escasas aldeas, algunas grandes ciudades en un océano de ignorancia, inmensas planicies pero desiertas, estériles, inclementes como la envidia, como todo lo que es falso y suena falso. Por más que el sol no se ponga sobre vuestras conquistas, no por eso dejará de haber menos desheredados, menos rechinar de dientes, todo un infierno amenazador y temible como la inmensidad.
Al igual que los gobiernos, las naciones tienen su libre albedrío; como las simples individualidades, saben guiarse por el amor, la unión, la concordia. Sin embargo, aportarán a la anunciada tempestad elementos eléctricos adecuados para destruirlas y disgregarlas con mayor eficacia.
INOCENCIO.
(En vida, arzobispo de Táurida).

viernes, 7 de octubre de 2016